Colándose en cada rincón, cada pequeño espacio por la puerta, por una gotera, me alcanzó.
Primero la sentí en la punta de los pies, luego en los tobillos y en mis pantorrillas. Luego en mi ingle, en el estómago para luego alojarse en mi corazón y trasladarse lentamente en un nudo en mi garganta para llegar a su destino: Mi cabeza, de donde no salió jamás.
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