Tenía el alma frágil como un cristal, los nudillos secos, sus manos ásperas y el esmalte de uñas quebrajado. No se miraba mucho al espejo, le aterraba, y sólo sonreía en público. Fumaba como chimenea y ardía cuando llegaba la noche. Soñaba cada día con desaparecer y el reinado de los gatos; hundía sus manos en los sacos de legumbres y arroz y soplaba las cosas heladas por equivocación.
Yo a veces la amaba, pero la mayoría del tiempo la odiaba y me colaba voyeristamente en su pelo mientras se miraba llorando al espejo, hasta que un día descubrí, luego de tanto juzgarla, que esa era yo.
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