viernes, 25 de noviembre de 2016

Piso 31.

Llegó con la mirada firme y el corazón acelerado, nadie podía leer su mente, porque de seguro, si alguien pudiera leerla, lo hubiera detenido al instante.
Entro al edificio con el desplante que le caracterizaba y marcó el botón del ascensor: piso 31. Cuando las puertas de éste cubículo se abrieron, se miró sus manos que estaban sudorosas y también algo temblorosas; tragó saliva y dio un paso adelante.
No le importó mucho el paisaje, ni mucho menos la vista; encendió un cigarrillo, le dio una bocanada profunda y sin pausa, para luego tirarlo al suelo sin reproches y apagarlo de un sopetón con la punta del zapato.
¡PRONTO ESTARÉ MEJOR! —Gritó con una sonrisa amarga, antes que su cuerpo se desplomará desde la azotea.

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